Cuentoterapia

Para nadie es un secreto que hablar de lo que tienes dentro, sea bueno o malo, te libera, te permite ver las cosas desde otro punto e incluso, te da la ocasión de contribuir a la vida de otros...

Pero... ¿Qué carajo haces cuando eres una persona a quien le va más la soledad?, ¿Cómo exteriorizas la mierda dentro de tu alma si sientes una casi instintiva y genética desconfianza hacia las personas, y sin parecer esos que van al programa de la "Señorita Laura"? ¿A quien sometes a la "tarea" de escucharte si no conoces a nadie en la ciudad donde recién llegaste a vivir?

Hace unos dos años y medio yo estaba en ese predicamento... Y para quienes  me conocen a fondo y desde hace tiempo, saben a la perfección que debajo de esa "fachada" del tipo con inmensa facilidad para hablar y expresar sus ideas, sólo hay un inmenso miedoso que grita desesperado "Déjenme en paz...", alguien que se acurruca en el rincón más oscuro del alma, por el simple hecho de que le teme a la luz, como si fuese Drácula.

Bajo ese cuadro, en el que necesitaba con absoluta desesperación encontrar un modo de decir lo que pienso y siento, ya me encontraba en Medellín, viviendo de la narración. Y como si se tratara de un salvavidas lanzado por la providencia, alguien, en uno de los miles de buses me preguntó: "¿Eres el autor de los cuentos que narras?". En ese momento, me congelé, me sentí terriblemente avergonzado mientras les respondía... "No, tan sólo soy un narrador..."

Lo que me dejó descompuesto fue que esa persona, en lugar de conformarse con esa respuesta o mirarme con desdén, me lanzó un anzuelo que me tragué con todo y caña: "¿Y qué esperas para intentar escribir algo propio...?" Durante el resto de ese día no logré sacarme esa pregunta de la cabeza... Siempre fui un buen mentiroso... era capaz de convencer al que fuera con tal de lograr mis propósitos... ya tenía el talento natural para inventar historias y usarlas de forma deshonesta... entonces ¿Qué me detenía para usar ese don con un buen fin?, más aún si ese fin era preservar mi cordura y ganar mi sustento en el proceso.

Obviamente, cuando se trata de cambios positivos, no ocurren en un periodo corto de tiempo... Pasaron varios días en los que la idea me dio vueltas en la cabeza, no tienen idea de como me carcomió el insomnio... era una tortura china para mí, traté de empezar a poner algunas ideas en orden, a ver si de eso modo lograba, al menos retomar mi frágil ciclo de sueño... pero era inútil.
Justo cuando me encontraba de frente al papel, quedaba en blanco, no lograba poner tres míseras palabras juntas de modo que sonara coherente.

Cuando estamos borrachos, o poseídos por un sentimiento abrumador, hablamos sin pensar y, por lo tanto decimos lo que sentimos desde el fondo del corazón. Una tarde me encontraba ya en casa, con ganas de absolutamente nada, tan derruido por la tristeza, cuyo origen era mi acostumbrada tendencia a las espirales descendentes y a darme látigo por el pasado, que terminé pensando en Ana... esa hija a la que a duras penas pude conocer y que sólo Dios sabe como se encontrará... Imaginé como sería escribirle una carta. Junto a la las lágrimas, las palabras fueron surgiendo, y así, sin proponérmelo, apareció en el cuaderno mi primer cuento: CARTA PARA ANA.

Sin saberlo, terminé soltando de mis hombros una carga brutal... pude finalmente decirme a mí mismo y creerlo, que yo era inocente de lo que pasó y que a pesar de mi dolor, eso era tal vez lo mejor para ella. Fue entonces cuando lo entendí... ese escrito equivalía a muchas sesiones de terapia, y para hacerlo más interesante, la historia me había quedado bonita.




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