Silencio en la mente

Vivimos en una sociedad colmada de elementos distractores. Durante la mayor parte de mi vida no pensé en ello. Pero cuando estás encerrado, por tu propia voluntad durante casi un año, no te queda de otra más que pensar...

Las noches en "El Camino" eran apacibles a pesar de que el objetivo principal de la estadía allí era precisamente no tener paz en el corazón para aprender a vivir con ello sin recurrir a las rutas de escape que terminaron por arruinarme.

Recuerdo bien que durante los primeros tres meses enfoqué toda mi energía en impedir que hubiese silencio en mi cerebro, reproducía mentalmente todo el repertorio de rock pesado que me sabía, y cuando eso dejó de funcionar tomé una decisión arriesgada. Trasladé a mi subconsciente la imagen de una hermosa mujer que conocí meses atrás y la convertí en mi compañera de conversaciones nocturnas. Si, tal y como suena... a los veintinueve años recurrí de nuevo a la figura del amigo imaginario, pero esta vez tenía el rostro y la voz de una exageradamente linda trabajadora social.

Las charlas con ella eran relajantes, le contaba todo lo que me sucedía en cada día de ese proceso que inicié, yo existían secretos entre nosotros y esa mujer parecía comprenderme a la perfección, incluso no se atrevía a juzgarme, sino que me brindaba soluciones a la medida de las posibilidades que tenía en ese lugar... Ahhh y por supuesto siempre me deseaba las buenas noches con un tierno beso y un abrazo.

Todo parecía marchar a la perfección, pues las charlas nocturnas con esa dama me permitieron mantener en pie mi armadura de sarcasmo, lenguaje elegante, venenoso y autosuficiente y resistir los embates de los terapeutas que estaban empeñados en quebrar mi espíritu. 

Por fortuna, nada es para siempre, y más pudieron las tácticas de presión extrema a las que fui sometido que mi escuálida fuerza mental,  la cual estaba construida sobre un ego totalmente inflado... Exactamente a los tres meses de haberme internado, sufrí el primero de varios colapsos mentales. Esa mañana me levanté con el ánimo por el suelo, por alguna extraña razón había un profundo silencio en mi cabeza, y eso lo odiaba más que a cualquier otra cosa, pues yo sabía a la perfección que ese silencio me llevaría a mirar hacia el interior, a evaluarme de manera directa y sin excusas. Yo sabía de antemano el resultado de esas evaluaciones autoinflingidas. Por eso le temía tanto al silencio en mi cabeza, porque inevitablemente terminaría viendo a ese pequeño ser despreciable quien sólo era capaz de usar la lengua, más no de hacerse responsable por las palabras dichas. Me terminaría encontrando con el niñito cretino de la época de Paulo VI, quien a pulso, se ganó el mote de "Petri", porque era un "Pequeño triple HDP", acabaría teniendo una nueva partida con el cobarde que proyectó todas sus muchísimas carencias en los personajes de los RPG's que tanto jugaba hasta el agotamiento.

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