Salto de fe

Ya no soy un niño, eso lo supe desde hace mucho tiempo. Pero no fue sino hasta hace unos dos años y medio que comprendí que el hecho de no ser un niño no tenía nada que ver con la edad, las cuestiones económicas o si ya era padre de familia.

Estando una vez más al borde de la locura, con la cabeza hecha un lío, el corazón confundido y caminando de la mano de la ira, tomé una decisión drástica. Tomé unas cuantas pertenencias y me puse en camino hacia una ciudad que había jurado no pisar en la vida.

Es posible que muchos crean que lo que hice estuvo mal, que huir es de cobardes; y tal vez tengan razón. Pero no se trata del pellejo de los demás, sino del mío. Para aquellos que se sientan un poco confundidos al respecto: Soy un adicto en proceso de recuperación y para el mes de abril de 2016 estaba peligrosamente cerca de recaer. Así que decidí en un movimiento desesperado poner distancia con absolutamente todo lo que había en mi vida para ese entonces, lo bueno y lo malo, las personas, las situaciones, y cualquier cosa que consideré en ese instante una atadura.

Conforme cubría lentamente los cuatrocientos cuatro kilómetros que separan mi amada Bogotá de Medellín, me enfrasqué en una conversación intensa con ese ser con quien llevaba peleando desde los doce años. Estoy hablando de Dios; durante la mayor parte de mi existencia estuve en constante conflicto con Él pues siempre sentí que me había puesto en un examen donde las preguntas eran cambiadas de forma arbitraria, estaba tan resentido con ese "Padre" debido a los estruendosos fracasos de mi vida efectiva, los sueños dejados de lado, la sensación de vacío y la falta de propósito en mi existencia que terminé gritándole desde el fondo del alma.

La vida y Dios actúan de formas incomprensibles para nosotros los simples humanos... en medio del dolor, la frustración, el miedo y la angustia de mi grito "¿Qué mierda quieres de mí?" fue cuando hallé el primer indicio de una respuesta. Tras aquel grito me sentí como si hubiese soltado un fardo de mil kilos, mis pulmones se llenaron de aire fresco, las lágrimas tuvieron un sabor diferente y vi que en realidad lo que necesitaba mi vida era ESPERANZA. 

Me di cuenta de que no tenía nada, y que en el fondo de esa nada estaba la posibilidad de tenerlo todo, por primera vez en mis años de lucha conmigo mismo me sentí derrotado y en el verdadero fondo. Parado frente a un abismo sin fin sentí el deseo de dar un salto de fe. Acepté alma adentro que sólo yo era responsable de mis actos, sus consecuencias y la desgracia subsiguiente. Pude ver que al no tener nada, podía reescribir la obra de mi vida. 

Una ciudad completamente desconocida era el escenario perfecto para emprender el camino hacia una versión diferente de mi mismo, donde nada sería mi juez, donde podría hacer las cosas de un modo que realmente trajera satisfacción a mi corazón y así tomé la opción de poner por encima de cualquier cosa la paz en mi mente.

Estaba listo para empezar una guerra por la tranquilidad de mis noches y la recompensa de una sonrisa en mi rostro luego de cada día.


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