Tácticas defensivas II

Es casi un secreto a voces que una de las cosas más fastidiosas que existe es lidiar con un borracho, ahora si le sumas a la ecuación que el borracho sea una mujer, y para más INRI, prostituta, obtienes la receta para un dolor de cabeza mayúsculo.

De unos años para acá vengo diciendo que me parezco cada día más a mi papá, sobre todo por lo cascarrabias, ya se imaginarán cuánto esfuerzo me costaba cada jornada de trabajo, en la que debía aguantarme las consecuencias de la fiesta ajena, desde los borrachos amistosos, que no sé que putas le encuentran de divertido a contarle su vida al mesero o al portero del burdel, pasando por los que estando en la puerta del puticlub se acordaban de la esposa, la mamá y los hijos, los que eran afectados por el complejo de "Pablo Escobar" te hablaban de millones, carro, finca y avión... ahh pero cuando les pedías la propina por cuidarles el carro o la moto, ahí si se hacían los maricas; hasta los que con tres tragos en la cabeza se creían con derecho de tratarte como a su estúpido perro. Por esos especímenes, a veces daba gracias, pues me daban la excusa perfecta para desatar mis frustraciones y la ira que no podía desahogar por otros medios... Si, lo admito, en algunas ocasiones me valí de excusas tontas para darle uno que otro puñetazo a algún borracho que corría con la mala suerte de atravesarse conmigo estando de mal genio.

Los que me conocen estarán pensando: "Juan Guillermo... ese flaco, enano, que habla tan bonito ¿Dando puños y sacando borrachos?" ¡Pues si!, de algo me tenían que servir el "curso de calle" y el centro de rehabilitación. En Pussy House, la puerta era un equipo, por un lado estaba yo, el enano que gustaba resolver por las buenas (cuando estaba de buen genio) y por el otro estaba mi compañero Jason... él era el músculo y la cara de bravo. Y nos iba muy bien, pues en muchos casos, mis buenas maneras ayudaron a que consiguiéramos jugosas propinas de parte de los clientes que terminaban calmándose luego de algún altercado, por otra parte la decisión de Jason para tratar a los intransigentes nos hizo ganar un cierto halo de respeto de parte de la clientela y los de la competencia... éramos como "El policía bueno y el policía malo" de las películas.

Además, esas ocasiones en las que yo fui el que terminó tirando los golpes, sirvieron para que en el local entendieran la frase "De las aguas mansas, líbrame Señor..."



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